miércoles, 11 de enero de 2012

Mito y comedia de la reforma laboral

Una de las primeras decisiones de Mariano Rajoy, incluso antes de la sesión de investidura como presidente del Gobierno, fue la de emplazar a los agentes sociales para alcanzar un acuerdo sobre la reforma laboral en los primeros días de enero. Empresarios y sindicatos aceptaron el reto y comenzaron las rondas de negociación. Hasta aquí la parafernalia seguía el orden establecido, incluso las normas de cortesía más alementales. Pero, y qué más?, ¿qué se va a conseguir?

En primer lugar hay que tener en cuenta que una reforma laboral, por muy profunda que sea, no es decisiva para crear empleo. En estos mismos términos se manifestaba ayer Carmen Mur, presidenta de Manpower, en una reunión con periodistas para hablar de las situación actual de las Agencias de Colocación. Cuando las condiciones de contratación y despido no eran muy diferentes hace cuatro o cinco años el nivel empleo era considerablemente mayor. Es decir, el incremento del paro ha sido consecuencia de la ralentización de la actividad económica y de la incapacidad del Gobierno anterior para tomar medidas eficaces contra la crisis y no de las condiciones laborales. Cierto es que un abaratamiento de la contratación o del despido podrían haber mitigado en algo la destrucción de empleo. Pero, nada más. Ningún empresario va a despedir a un trabajador que necesite (por caro que sea), ni lo va a contratar si no lo necesita (por barato que resulte).

Por otra parte, soy muy pesimista sobre la eventualidad de un acuerdo entre empresarios y sindicatos. Los primeros seguramente están tensando la cuerda en lo posible para fozar un acuerdo más ventajoso, a los segundos les interesa poco llegar a un acuerdo con sus enemigos históricos y más si ese acuerdo lo promueve un Gobierno del Partido Popular. Lo venderían mal a sus bases. No pueden negarse a negociar pero sí aprovechar para echar la culpa al otro y reunir excusas para las futuras movilizaciones que vendrán (esas que con el Gobierno anterior brillaron por su ausencia a pesar de tener motivos más que suficientes para llevarlas a cabo).

En suma, no habrá acuerdo. Ambas partes dejarán la patata caliente en manos del Gobierno que tendrá que decidir y asumir todas las críticas que llegarán desde la calle, los despachos y los partidos de la oposión en el Parlamento. Mariano Rajoy tendrá que demostrar firmeza y que no le tiembla el pulso para tomar medidas que volverán a ser impopulares. Lo que hace falta es que la reforma que lleve a cabo (y que sólo contribuirá a crear empleo si la economía se relanza) se haga en términos razonables y eficaces. Ayer Sandalio Gómez, profesor del IESE, lanzaba algunas ideas para la transición laboral en el seno del Instituto de Relaciones Laborales y Empleo (IRLE) de la Fundación Sagardoy.

Me gustaría equivocarme. Si el acuerdo se alcanza rectificaré desde esta misma tribuna.

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